martes, 11 de mayo de 2010

6.. NO PUEDO ESPERAR HASTA CASARME..

¡NO PUEDO ESPERAR HASTA CASARME!

No logré conciliar un sueño tranquilo durante varias noches Una profunda depresión me mantenía sudando en duermevela soñando pesadillas y sobresaltándome. Imaginaba que yo era u niño abortado; luego pensaba que me casaba con Jessica y que nuestro hijo se materializaba en medio de nosotros cuando hacía mos el amor. Mi aspecto general desmejoró mucho. Tuve intensa fiebre y se me formaron enormes ojeras. Sin embargo, el día de la cita con el doctor Marín me corté el cabello, me duché, me rasuré cuidadosamente y preparé mi mejor camisa.
Llegué media hora antes y entré al consultorio con paso lento La recepcionista estaba hablando por teléfono. Simuló no verme pero creí adivinar en sus movimientos una ligera mueca de turba ción.
Estábamos solos en la sala de espera. Me paré frente a su escritorio mirándola a la cara. No era tan llamativa como Joana pero sí mucho más elegante que ninguna de las chicas que conocía
—Hola —le dije apenas colgó el teléfono—, tengo una cita con el doctor a las dos.
—Claro. Llegaste un poco temprano, ¿verdad? Puedes tomar asiento mientras se desocupa.
Obedecí con naturalidad.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Dhamar.
—Es un nombre fuera de lo común.
Se encogió de hombros.
—A mí no me parece así. Lo he escuchado toda la vida.
—¿Sabes por qué llegué tan temprano?
—Mhhh.
—Para preguntarte cómo te llamabas… y para disculparme por mi tontería del sábado. Casi no pude dormir pensando en el café derramado.
—Ah, no tiene importancia. Algunos pacientes se ponen muy nerviosos en su primera cita.
Sentí el alfiler del bochorno atravesándome la lengua. Dhamar era demasiado suspicaz para dejarse impresionar por mis galante¬rías, pero lo verdaderamente curioso del asunto es que, lejos de desear conquistarla frivolamente, sentía por ella la respetuosa admiración que inspiran las personas de quienes quisiéramos ser amigos. Me enojé conmigo mismo por mi pésima actuación y simulé leer una revista.
Poco después de las dos una pareja joven salió del privado. Detrás de ellos el doctor Asaf me saludó. Me puse de pie para tenderle la mano.
—Pasa —me invitó—. ¿Cómo siguen las molestias?
Caminé detrás de él y me cercioré de cerrar bien la puerta antes de contestar.
—Peor. El ardor de las llagas es intolerable. No soporto el roce de la ropa. Además, ahora siento un intenso dolor al orinar. Aquí están los análisis.
El médico abrió el sobre y se hundió en su sillón para leer.
—Lo que me imaginaba. Se trata del herpes símplex virus 2, aunque hay presencia también de un organismo llamado chlamydia trachomatis.
Extrajo un recetario de su cajón y comenzó a escribir.
—Es preciso administrar antibiótico —comentó en voz baja, como para sí—, eritromicina, oxtetraciclina, doxiciclina, aciclovir.
—¿Me curaré por completo?
—De la uretritis sí. Del herpes, tal vez. Es decir, en la mayoría de las personas jamás se presenta un segundo brote, pero en otras…
—¿Y de ahora en adelante contagiaré a todas las mujeres con las que tenga relaciones?
—No. Cuando las pústulas desaparezcan, el virus se hallará latente en uno de tus nódulos y no será contagioso. Únicamente podrás transmitirlo mientras las vesículas sean visibles, en caso de que vuelvan a brotar.
¿De modo que si mi sistema linfático no lograba capturar el virus y amansarlo éste saldría a saludarme periódicamente durante el resto de mi vida…? Caray. En los últimos días mis rudimentos en materia sexual habían sido agredidos cruelmente. Era como si Dios, en quien entonces no creía, se hubiese propuesto darme un curso intensivo; de lecciones impactantes.
—Vi la película del aborto —comenté.
—¿Qué te pareció?
—No tengo palabras. Me hizo reflexionar mucho.
Interrumpió la redacción de sus notas para mirarme.
—Me alegra saberlo.
—A mí no. Comprender que el sexo sea algo tan vedado me ha hecho sentir muy confundido y… triste.
—El sexo no es vedado. Simplemente hay muchas impli¬caciones en las que debe pensarse antes de practicarlo. Eso es todo.
—Pero, ¿por qué tiene que ser así? ¡Si se trata de una exigencia fisiológica! ¡Las necesidades vitales de los individuos son algo privado que se satisface cuando el organismo lo pide, a solas, sin poner al tanto a los demás!
—El sexo no es una necesidad vital, Efrén. Prueba de ello es que si dejas de hacerlo no morirás ni enfermarás. Existen personas célibes que llevan una vida perfectamente sana. Lo apropiado sería decir que se trata de una reacción física ante los estímulos del medio, similar al reflejo de tiritar cuando hace frío. Sin estímulo no hay respuesta orgánica. El sexo, y esto fuiste tú quien lo dijo, puede convenirse en una necesidad sólo si abusas de él, de la misma forma en que puedes llegar a depender del alcohol si no controlas tu forma de beber. Ahora supongamos que has alcanzado ese grado. No podrás apaciguar tu libido siempre a solas, como acabas de decir. Requerirás involucrar a otra persona, pudiendo propiciar consecuencias que trasciendan a los dos. Independiente¬mente de la alarmante cantidad de abortos, cada año se registran millones de nuevos niños abandonados, madres solteras e innume¬rables matrimonios forzados, la mayoría de los cuales termina en un doloroso fracaso. Además, las estadísticas de enfermedades venéreas y proliferación del SIDA son cada vez más terribles. La práctica irresponsable del sexo ocasiona problemas muy graves que nos afectan a todos. No puedes decir que satisfacer una necesidad con semejantes repercusiones sociales sea algo privado.
(“Apréndete esto muy bien: si te llevas a una chica a la cama
puedes embarazarla o adquirir una enfermedad venérea.
Así de simple. Son los riesgos de la ruleta rusa
a la que nos gusta jugar.”)
—Pero en la actualidad existen muchos métodos para cuidarse —protesté con poca fuerza.
—¿Te refieres a cuidarse de embarazos indeseados? Claro que los hay. Los jóvenes liberales DEBEN usar anticonceptivos e instruirse ampliamente respecto a ellos. Pero dime, ¿qué método es infalible?
—La píldora —contesté de inmediato.
—¿Y sabes cómo funciona?
—Más o menos.
—Pues se basa en la administración de hormonas sintéticas que producen un estado de falso embarazo. La publicidad habla maravillas de la píldora, pero todos los médicos sabemos que puede ocasionar desde várices, celulitis, acné, obesidad o esteri¬lidad temporal hasta desequilibrios nerviosos: fuertes depresio¬nes, arranques inexplicables de ira, dolores de cabeza, cansancio excesivo o insomnios. Las jóvenes que la usan tienen que ingerir una pastilla diaria, ininterrumpidamente, sin poder dejar de tomarlas hasta terminarse las cajas completas so pena de sufrir un trastorno hormonal. Para que tantas molestias valgan la pena, la muchacha deberá llevar una vida sexual muy activa; si no es así…
—Está el dispositivo intrauterino —interrumpí, y después de un segundo pregunté—: ¿cómo trabaja eso?
—Produce una inflamación extrema en el útero; todo el orga¬nismo entra en estado de alarma, los vasos sanguíneos se dilatan y la matriz se llena de defensas que atacan al cuerpo extraño; algunas tendencias dicen que los espermatozoides mueren al entrar a ese medio hostil y otras aseguran que sí logran fecundar el óvulo, pero que como el nuevo huevo o cigoto no puede implantarse, se desecha en !a menstruación; eso es un aborto en pequeño Además, el dispositivo debe ser colocado por un médico y, aun ton todo, existe el riesgo de infección, embarazo ectópico, contracciones o hemorragias. Nos queda el diafragma: se receta por un ginecólogo que previamente auscultó la vagina de la mujer para determinar el tamaño del capuchón adecuado y queda bajo la responsabilidad de ella introducírselo antes del coito y colocárselo bien, lo cual es muy difícil si no hay suficiente práctica. El famoso preservativo también es inseguro si el hombre no es cuidadoso. Finalmente tenemos los espermicidas en jaleas u óvulos, o métodos naturales, pero todos con muchos inconvenientes y alto grado de riesgo. ¿Quieres que hablemos más de ellos?
—No. Más o menos sé cómo funcionan. Lo que me parece raro es que un médico como usted ataque a los anticonceptivos en vez de promoverlos.
—No los ataco en lo absoluto. Sólo te informo lo que otros callan. El control natal es un distintivo inseparable de la época moderna, pero los jóvenes solteros no pueden apoyarse en él con la confianza con que lo hacen para sumergirse de lleno en la vida sexual.
—¡Sin embargo, el mundo entero experimenta con el sexo! Los chicos se masturban desde la pubertad y gran cantidad de parejas jóvenes suelen tener continuas sesiones de caricias. ¿Acaso usted lo ignora?
—De ninguna manera. Y es algo natural. Pretender alejar a los muchachos de sus impulsos sería como empeñarse en tapar el sol con un dedo. El ejercicio sexual incipiente que mencionas está bien cuando se hace limpiamente, sin sentimientos vergonzosos y por breves espacios de tiempo. Pero el problema comienza al acostum¬brarse a la excitación sin mayores resultados, o al acto sexual incompleto. El cuerpo aprende todo y lo graba como reflejos con¬dicionados. Es mi trabajo, Efrén: frigidez, vaginismo, eyacula-ción retardada o precoz, impotencia y muchos problemas psico¬somáticos más suelen tener su origen en antiguos ejercicios frus¬trantes.
—Y las chicas que se dejan tocar pierden irremediablemente su reputación —completé.
El doctor asintió como si fuera algo muy obvio. —Oiga, pero si los animales copulan cuando están en celo de forma natural, ¿por qué en el hombre es tan complicado?
—Tú lo has dicho. Ellos io hacen instintivamente y sólo cuando la hembra se encuentra en etapa fértil. El ser humano, en cambio, puede tener coito y placer en cualquier época del año, posee capacidad de decisión sobre sus impulsos y, sobre todo, tiene sentimientos. En nosotros el goce físico funciona no sólo para procrear, como en los animales, sino para poder sentir con nuestra pareja la magnitud máxima del amor.
Fruncí la boca y miré mi entorno. Él aprovechó la pausa para terminar de redactar mi historia clínica. La cantidad de diplomas otorgados al doctor Asaf Marín era impresionante. De pronto encontré algo en su privado que me causó una gran incomodidad. Protesté de inmediato, como si pudiera asirme de aquello para echar por tierra los argumentos expuestos.
—¿Y esa cruz dorada, doctor? ¿Qué significa? ¡No me diga que todas sus opiniones tienen fundamentos teológicos o mora¬listas!
—Sabes que en mi especialidad soy uno de los médicos más reconocidos de este país pero, por lo que veo, cualquier excusa te servirá para hacer oídos sordos a lo que no te conviene.
—Pues si no quiere dar la apariencia de que mezcla trabajo con espiritualidad, debería poner esa cruz en su recámara, ¿no le parece?
Por primera vez percibí un destello de enojo en los ojos del médico. Me miró fijamente para hablarme muy despacio con voz clara y firme.
—Efrén, yo no pretendo inculcarte moral o religión. Mis opiniones tienen fundamentos puramente prácticos y científicos. Ahora entiende lo que voy a decirte. Tú puedes ser un indecente si quieres, puedes ser un rebelde, un mujeriego, un truhán, un libertino, y como médico no te lo reprocharé. Yo sólo reconvendré de inmediato la conducta de un paciente irracional que se haga daño a sí mismo —se puso de pie inclinándose hacia adelante para decirme cara a cara con voz firme—: Puedes permitirte ser un inmoral si así lo deseas, pero por ningún motivo puedes darte el lujo de ser un estúpido…
El regaño fue tan explícito y directo que percibí cómo me ruborizaba. Mi cabeza estaba hecha un verdadero caos. Ansiaba probar un noviazgo sin morbo físico. Necesitaba desahogarme…
Tenía muchos conocidos, pero ninguna amistad verdadera. ¡Cómo me hacía falta alguien en quien confiar!
El único amigo que tuve en la escuela preparatoria embarazó a su novia. El padre de la chica, que era policía, le exigió casarse, a lo que él se negó rotundamente, pero una semana después fue detenido por tres agentes judiciales que le dieron una paliza terrible y lo amenazaron de muerte. Mi amigo me contó todo llorando. Tenía la cara hinchada y un brazo roto. Lloré con él su inverosímil pesadilla. No podíamos creer que algo así pudiera ocurrir en esta época. A los pocos meses de casado abandonó a su esposa y se largó a otro país. Nunca más volví a verlo…
—¿Estás escuchándome, Efrén?
Respingué.
—Disculpe, señor —y al hablar detecté la boca seca.
—¿Te ocurre algo?
—No… es sólo que… —agaché la cabeza con verdadero pesar—. Los muchachos sufrimos mucho por tener que controlar un poderosísimo deseo que surge involuntariamente desde lo más profundo de nuestro ser. Además, es muy difícil remar contra la marea. Los medios de comunicación nos manipulan terriblemente. ¿A qué hombre no le llama la atención una mujer hermosa, semidesnuda, sin importar lo que promociona? La mente de los jóvenes está llena de escenas en las que los galanes conquistan a las muchachas y éstas se dejan seducir rápida y apasionadamente. Apenas se conocen y ya están en la cama. La televisión y el cine alaban el sexo ilegal y lo presentan como lo más extraordinario de la vida; las canciones modernas, los mismos profesores y amigos, todo en el ambiente nos grita para que demos rienda suelta a las pasiones…
Hubo un largo silencio. Ninguno de los dos hizo nada para romperlo. Asaf Marín debía reconocer que yo también tenía razón.
—No todos los adolescentes presentan la misma respuesta a ese bombardeo publicitario —comentó jugueteando con la pluma—. La intensidad del impulso sexual varía entre uno y otro.
—Tal vez… pero para que yo pueda aguantar tanto, necesitarían castrarme.
Los dos reímos espontáneamente, sinceramente.
—El sexo en la juventud es la emoción más fuerte que puede sentirse. Yo no lo censuro. Sería demasiado osado de mi parte pretender dar reglas que funcionen para todos. Cada joven debe decidir RESPONSABLEMENTE su postura. Sólo recuerda que no poder esperar en pos de una mayor gratificación es un síntoma de infantilismo.
—¿Y si no puedo dominar mi natural infantil? —pregunté en son de broma.
—Bueno —contestó para mi asombro—, partiendo de una base estrictamente científica y terapéutica, si no se quieren tener secuelas negativas todo acercamiento sexual prematuro inevitable debería cumplir con tres requisitos básicos. En primer lugar, estar enmarcado por un gran amor. Sólo el amor daría a la experiencia su dimensión adecuada, además de que permitiría a la pareja tomar la decisión justa si existe alguna complicación. En segundo lugar, hacerse en buenas circunstancias, relajadamente, sin prisas, en un sitio perfectamente cómodo que no ofrezca peligros. Los episodios apremiantes suelen llevar consigo una fuerte carga de temor y convertirse en una aventura traumática. En tercer lugar, estar exento de remordimientos; los efectos de la culpa podrían echar a perder ese momento y toda tu vida posterior. Con ojos de niño ansioso te parecerá fácil cumplir los tres requisitos al mismo tiempo, pero la verdad es que es sumamente difícil.
—Será más difícil abstenerse.
—Como todo en la vida, es cuestión de querer o no querer. Has probado muchas cosas. ¿Por qué no pruebas otra forma de pensar? Transmuta tu energía sexual hacia nuevas actividades. Llena tus horas de tareas gratificantes. Haz deporte intensamente, lee mucho, entrégate apasionadamente a una actividad creativa como escribir, pintar, esculpir, oír música, componer, bailar, armar modelos a escala o cualquier otra ocupación en la que tu espíritu se relaje y las intensas energías de tu interior se transformen en bellas creaciones artísticas. Hállale sentido a tu vida. Encuentra la misión que se te ha encomendado y lucha por ella sin más preocupación. Tu pareja llegará sola, cuando menos la esperes; ten confianza en eso y, mientras tanto, haz algo por ti. Te enamorarás justo de la persona que mereces, según los méritos que hagas ahora. No puedes perder tiempo desgastándote en aventurillas peligrosas y dañinas cuando tu persona necesita tanta superación. Muchos hombres casados confiesan que el fantasma de otras mujeres con las que yacieron en el ayer se les aparece (mentalmen¬te) al estar con sus esposas, propiciando las comparaciones e impidiéndoles una entrega total. No llenes de basura tu subcons¬ciente. Llénalo de ideas poderosas. Hallarás grandes obstáculos, es cierto, pero nadie llega a la punta del Everest por casualidad. Si deseas lograr una meta importante requerirás convicciones firmes, planeación cuidadosa y energía para evitar las circunstan¬cias que te harán caer. La diferencia entre los grandes hombres y los mediocres estriba en que los primeros han imaginado la clase de vida que quieren y se han planteado un código de normas para conseguirla. No eres un animal sexual, como la publicidad quiere hacerte creer. Ellos excitan a la gente para vender. Saben su cuento. Aprende a decir NO a las presiones de otros y verás lo bien que te sentirás al manejarte según tus principios. Que nadie te manipule en el aspecto más íntimo. Si tu entorno es demasiado asfixiante, cambia de amistades. Es más fácil de lo que piensas. Rodéate de gente que tenga los mismos valores que tú y convéncete de que eres una persona de gran importancia. Los jóvenes que se mantienen firmes, que se niegan a jugar con los demás, a beber alcohol, a fumar, a tener sexo por simple placer, a hacerse daño a sí mismos, no son maricones, como suelen gritarles los demás, SON VERDADEROS HOMBRES DE LOS QUE CADA VEZ HAY MENOS. No porque seas varón tienes derecho a degradarte. Es posible que a la mujer que te ame no le importe (en apariencia) tu pasado y te perdone todo, pero es un hecho que ella siempre valorará tu entereza, tu integridad, tu autoestima… Y no puedes darte el lujo de perder eso sólo porque es muy agradable eyacular…
El deseo de no conformarme se había reducido a nada. Me hallaba con la cabeza sumida en el pecho. Unas ardientes tenazas me apretaban el cuello y gotas de agua se arremolinaban por salir de mis lagrimales.
—Casi ningún joven entiende ese tipo de conceptos —susurré aniquilado.
—No son “conceptos”, Efrén, son “VALORES”. Los valores son aquello que mantiene en pie a la sociedad, permite la unión de las familias, le da sentido a la amistad y al amor. Los valores no tienen que entenderse; simplemente se acogen en el corazón y se viven.
Me llevé ambas manos a la cara y froté mis mejillas con fuerza. No podía detener las imágenes mentales de mis anteriores yerros. ¡Cómo había desperdiciado el tiempo, de qué manera le había fallado a mi madre, cuánto daño había hecho a las jovencitas que se enamoraron de mí…!
(—Vamos a casarnos, Efrén. Te lo suplico.
—Sí, Jessica. Pero todavía no. Hay que hacer las cosas bien.
—¡Estoy embarazada! ¿No te das cuenta?
—Pues aborta. Lo que tienes dentro es un simple quiste. Sácalo antes de que sea demasiado tarde.
—¡Es un hijo nuestro!
—Te equivocas. Es sólo una mórula. Ni siquiera tiene alma.
—¿ Cómo puedes estar tan seguro… ?
Y el llanto dolorido de mi novia, tirada en el suelo como un guiñapo, abrazándome las piernas…)
Apreté los párpados fuertemente tratando de controlar esa congoja. Era demasiado peso atado a mi espalda, demasiado arrepentimiento en mi conciencia.
El doctor caminó hacia mí y puso una mano sobre mi hombro en señal de aliento.
Debajo de esa mano de apoyo me vi como un niño desamparado y sentí que mi ser entero se partía de un tajo, pero inhalé muy hondo y no permití que se me escapara ni una sola lágrima.

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