martes, 11 de mayo de 2010

8.. ENAMORARSE..

ENAMORARSE.

Escogí un lugar alejado de las ruidosas avenidas, con luz tenue, música viva y abundante ornamentación vegetal. Cuando la pianista descansaba, el sonido del agua al caer y la tenue brisa de la fuente multicolor del restaurante nos hacían respirar cierto vapor agreste.
La cena fue buena pero ligeramente escasa.
Al terminar de comer, Dhamar alzó su copa y la tocó con la mía:
—Salud, por tu nuevo trabajo y por el gusto de estar juntos esta noche.
Respondí al brindis en silencio, mirándola fijamente. Su boca pequeña, sus dientes perfectos, sus agudas pupilas, toda ella me hacía sentir atracción y mesura a la vez. ¡Qué enloquecedora sensación y qué indómito e incongruente estado de ánimo me embargaban! Tragué saliva y, apartando momentáneamente la vista, extraje de mi saco la hoja doblada.
—Es la carta que te escribí.
Su talante se iluminó con una sonrisa.
—Creí que no pensabas dármela… ¿Puedo leerla?
—¿Ahora?
—¿Por qué no?
—En ese caso, me gustaría leértela yo…
—Claro.
Me la devolvió y puso sus codos sobre la mesa en un gesto de infantil impaciencia.
Comencé la lectura con voz temblorosa y ella me escuchó atentamente. Poco a poco mi turbación se fue tornando en emotividad. Era una carta muy importante, y ambos lo sabíamos. Tal vez por eso, muchos años después, cuando las circunstancias así lo permitieron, me atreví a pedirle que me la devolviera.
Aún la conservo como uno de los más valiosos testimonios de mi transformación.
Dhamar:
Un profundo sentimiento de amargura y desamparo se ha apoderado de mí esta noche.
Me gustaría que pudieras entrar en mi cabeza para com¬prender mejor esa revolución indómita, imposible de plasmar en una hoja de papel…
No me atrevo a decir que te amo. Tal vez lo justo sería decir que necesito amarte. Lo necesito desesperadamente.
El amor debe ser algo muy serio y yo siempre jugué al enamorado. Hacer eso corrompe el alma y malacostumbra al cuerpo. Convierte la relación hombre-mujer en algo mecáni¬co, burdo, aprendido, como se aprenden las tablas de multi¬plicar o memorizan los datos de una clase inútil.
Mis compañeras de lecho solían hacer la misma exclama¬ción después de la aventura. “¿ Y esto es todo ? ¿’Por esto tanto alboroto? ¿Por algo tan insulso se polemiza así?”
Decepcionado por el concepto del amor que conocí, me dediqué a explotarlo, buscando más y más placer en él, empinándome en un barril sin fondo, metiendo las manos y la cara en esas aguas por las que navegaba, cegado por su fetidez y turbiedad. El clímax, físico era muy similar a una pequeña muerte, algo poderoso y enajenante pero efímero y corto. Después de experimentarlo, el encanto desaparece y sólo quedan dos cuerpos.
Entonces me di cuenta de que mi barco se hundía en un pantano y que yo me hundía con él. Y el doctor Asaf apareció en mi vida. Y apareciste tú… Ahora he llegado a creer que las aguas del verdadero amor deben tener otro color y otro aroma y que mi barco no debe hundirse.
Soy un experto en amores, pero no conozco el amor. Desde hace varios años me he burlado de ese sentimiento “ciego” y sin sentido calificándolo como algo pueril, idealistay bobo que sólo los niños pueden inventar, pero y a no quiero burlarme, ya no puedo hacerlo, ¿ me entiendes ? Pensando en ti he imaginado lo extraordinario que debe de ser dar todo a cambio de nada, desear lo mejor para la persona amada, disfrutar con su alegría y llorar con sus tristezas, permanecer a su lado en la adversidad para darle una frase de consuelo, de ánimo, de apoyo; entregar el alma y el corazón sin condiciones, sin pedir nada a cambio, por el simple gusto de darse, por la simple alegría de amar…
No me juzgues de impulsivo al hallarte con lo único que realmente intento decirte en esta carta: si alguna vez llegó a amar a una mujer de esa forma me gustaría que fueras tú…
Te siento conmigo, Dhamar, y eso me da fuerzas, pero también me atemoriza. Porque si me equivoco esta vez, creo que nunca más seré capaz de levantarme.
Efrén…
El rostro de Dhamar estaba abstraído. Me,observaba con la boca ligeramente abierta… Después de unos segundos agachó la cabeza sin saber qué decir. Era la primera carta emotiva que yo escribía en mi vida y, tal vez, la más sincera que ella recibía.
—Cuando te conocí me diste una impresión distinta. No creí que fueras tan sensible.
Su mano estaba sobre la mesa. Me imaginé tomándola para acariciarla, pero permanecí quieto. Era curioso que una simple mano me pareciera tan inalcanzable cuando en decenas de ocasio¬nes toqué fácilmente partes mucho más íntimas del cuerpo de otras chicas.
—¿Cuántas novias has tenido? —preguntó. Me encogí de hombros con una sonrisa triste.
—Jamás le he pedido a una chica que sea mi novia, pero son bastantes con las que he tenido romances…
—¿Así nada más?
Asentí.
—Sí… El noviazgo está pasando de moda. ¿Lo has notado? Ahora cuando dos jóvenes se gustan simplemente salen juntos, se besan y se demuestran su amor sin declaraciones o formulis¬mos.
—¿No te parece que estás generalizando?
Era cierto. Seguramente Dhamar no permitiría ser abrazada o besada por un muchacho “así nada más”. Miré al ventanal y mi vista se quedó fija por un tiempo, pero sin observar el lago del exterior.
—¿ Qué somos nosotros, Efrén ? —me preguntó Jessica con lágrimas en los ojos pocos días antes de que supiera que estaba embarazada.
—Somos lo que tú quieras. No nos unen títulos ni etiquetas preconcebidas, nos une la atracción, el cariño, y eso es lo que importa.
—Me tranquilizaría pensar que al menos somos novios.
—Piensa lo que quieras, pero a mí ese vocablo me sigue pareciendo cursi y pasado de moda.
Con Dhamar el término adquiría otro matiz, se convertía en un reto, un anhelo, una línea divisoria. Con ella me sentía incapaz de propasarme.
—¿Y tú? —le pregunté— ¿Cuántos “novios” has tenido?
—Dos. Con el último duré casi tres años, pero después de leer un artículo que hablaba sobre noviazgo en la revista del doctor Asaf terminé con él. Lo nuestro estaba muy lejos de ser una relación constructiva.
—¿Cómo dices? ¿El doctor Asaf escribe una revista?
—La dirige y edita. Es muy buena. Se llama Ideas Prácticas sobre Sexualidad.
—¿Qué clase de ternas aborda?
–Celibato, unión libre, masturbación, pornografía, infideli¬dad, matrimonio, orgasmo.
Vaya —suspiré- . Suena interesante Me gustaría leerla.
—Te conseguiré algunos ejemplares, si quieres. Valen la pena. Además, hay que aprovecharla porque seguramente mi jefe dejará de producirla en cuanto se vaya de la ciudad. Desde hace unos meses está muy misterioso. Nadie sabe a qué se deba su cambio, pero ha comenzado a transferir pacientes, a reducir sensiblemente su número de compromisos y a vender todos sus bienes.
—Qué extraño…
El mesero me hizo llegar el vaucher de mi tarjeta de crédito autorizado; firmé, corrí la silla de mi invitada y la ayudé a ponerse su abrigo.
Caminamos juntos atravesando el restaurante. Ella se colgó de mi brazo como una dama y eso me hizo sentir como un caballero. No era lo usual para mí.
Salimos a la quietud de la noche. El canto de los grillos era lo único que alteraba el silencio nocturno. Mi automóvil estaba estacionado a unos cien metros y para llegar a él había que atravesar un enorme prado alumbrado por farolas de bola. Dhamar llevaba la vista fija en el césped mientras daba pequeños pasos como si buscara un objeto perdido.
—Me agradas, Efrén.
—Y tú… —pero no pude continuar—. ¿Sabes? Nunca en el futuro volveré a entregarme físicamente sin estar enamorado. Ahora creo que el sexo y el amor son una misma entidad indivisible y que sin uno el otro no está completo.
—Yo también pensaba así, pero ya no…
¿Había oído bien? ¡El agua está compuesta de oxígeno e hidrógeno y se necesitan ambos para conformar el líquido vital! ¡Ella no podía estar en desacuerdo con algo que me había costado tanto trabajo comprender!
—El sexo es sexo y el amor es amor, Efrén. No hay interrelación entre ellos; son cosas distintas.
—Bueno, sí… pero ninguno de los dos está completo sin el otro, ¿no es así?
Tardó unos segundos en contestarme.
—En la revista del doctor leí que ambos son independientes y poderosos, aunque relativamente inofensivos cuando se pre¬sentan solos, pero al combinarse propician una explosión atómica de magnitudes inverosímiles. Y que es mucho más peligroso fusionarlos equivocadamente que hacer uso, o abuso, de alguno de ellos por separado.
—Pero la energía nuclear sirve lo mismo para destruir que para construir.
—Todo en grado extremo.
—Pues yo no volveré a “usar” el sexo y el amor individualmen¬te. Ya me cansé de vivir a medias. Estoy decidido a luchar por conocer algún día esa reacción atómica.
—Ten cuidado.
Caminamos en silencio unos pasos más. Repentinamente me detuve. ¡En verdad estaba deseoso de iniciar una relación distinta! Mi amiga me miró extrañada parándose a mi lado.
—¿Te ocurre algo?
—Sí… Es muy raro. Necesito que me ayudes…
—¿De qué se trata?
—Ignoro cómo debo comportarme… Nunca antes había estado enamorado.
No desvió la mirada. Al contrario, me escrutó cuidadosamente como queriendo leer en mis ojos la veracidad de mis palabras.
—Dhamar, quiero que seas mi novia.
—¿No te parece un poco precipitado?
—En lo absoluto. Estoy perfectamente seguro de lo que siento…
Fue hasta entonces que bajó su rostro titubeante.
—Me gustas, Efrén. Pero no a ese grado todavía. Seamos amigos primero, démosle su tiempo a la relación.
—¿Su tiempo?
Yo no sabía de tiempos. De hecho la lentitud era lo primero que solía evitar al seducir. Mi frase favorita era: “Cuanto más rápida es la conquista, mejor es el conquistador”. Ahora me daba cuenta de una verdad mayor, fundamental: El hombre realmente enamo¬rado es capaz de esperar cuanto sea necesario.
Asentí.
Esa noche, al despedirnos, Dhamar depositó un suave beso en mi mejilla. Correspondí impresionado sin imaginar la magnitud de la explosión que ese gesto desencadenaría en mi vida.


3 comentarios: