martes, 11 de mayo de 2010

EPÍLOGO..

 

EPÍLOGO


Hija:
La tarde en que comencé a escribir estas páginas vi por accidente que tu novio te acariciaba. Estaban en el auto, besándose, y tú te defendías indecisa de sus apasionados juegos. No me alar-mé. Tienes quince años y eres una joven normal, muy hermosa. Todos hicimos eso alguna vez, pero yo estaba ansioso de poder compartir contigo mi experien¬cia al respecto. Abrí la ventana y te grité para que entraras.
Apenas lo hiciste te pregunté si pensabas llegar a tener sexo con aquel muchacho. No fue una forma muy diplomá¬tica de abordar el tema. Enojada, te diste la vuelta para salir.
—Espera…
Te detuviste en el umbral de la puerta. El escote triangu¬lar de tu vestido dejaba a la vista la piel blanca de tu juvenil espalda.
—No te disgustes —supliqué acercándome—. Miles de hombres darían cualquier cosa por tenerte y me atrevo a suponer que ésta sería tu primera experiencia… Pero antes de que eso ocurra, me gustaría que supieras algunas cosas de mi pasado…
Te volviste muy lentamente con gesto desafiante.
—Muy bien. ¿ Qué es exactamente lo que tratas de decir¬me?
Quise entrar en materia pero no conseguí más que tartamudear. Tu actitud apremiante y molesta bloqueó toda posibilidad de comunicación profunda. Hilvané un par de mentiras para eludir la escabrosa situación y di por termi¬nada mi confidencia.
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—¿Algún día me contarás la verdad?
Asentí con tristeza.
No te despediste al abandonar el lugar.
Apenas me quedé solo busqué una hoja blanca para escribirle:
Hay tiempo para sembrar y tiempo para cosechar; tiempo para abrazarse y tiempo para abstenerse; tiempo para disfrutar la soledad y tiempo para compartir la intimidad; todo lo que se quiera hacer a destiempo según el orden natural será vano y nocivo.
Los hombres no disfrutamos nuestro presente porque siempre deseamos otro y, cuando logramos tener ese otro, sufrimos incon¬solables por haber perdido el anterior. Hace poco escuché a un cómico decir que los niños quieren ser adultos, los mayores quieren ser niños, los jóvenes quieren estar viejos, los viejos quieren estar solteros, los solteros quieren estar casados, los casados quieren estar muertos…
En cuanto a las relaciones sexuales prematrimoniales, hay algo que necesito dejar perfectamente en claro:
Puedes tenerlas si así crees que te conviene. Yo no te lo reprocharé. Te querré siempre igual. Respetaré tus decisiones sin importar que yo esté de acuerdo o no con ellas; pero si eliges entregar tu cuerpo, hazlo con pleno conocimiento de lo amargo que vendrá y no sólo de lo dulce del momento.
Detuve mi escritura y observé la prolija carta. Estaba bien, pero no, no era suficiente con eso… Necesitaba que me creyeras, que aprendieras de mis heridas sin tener que sufrirlas…
Dicen que nadie experimenta en cabeza ajena, pero es mentira. La gente de mayor inteligencia sí… Es un rasgo de sabiduría escuchar, leer y aprender de cuanto piensan otros.
Entonces mis reflexiones fueron interrumpidas por la voz de Dhamar desde la cocina.
—¡Ya está la cena!
Regresaste a mi estudio y me preguntaste con timidez:
—¿ Quieres que te traiga tu plato, papá ?
—Te lo agradecería.
Pero no te moviste un centímetro del sitio en el que permanecías de pie observándome.
EPÍLOGO 1 89
—Cómo me gustaría que recordaras cuando tenias mi edad —su¬surraste—. No me agrada que me trates como a una niña.
Asentí. Me acordaba perfectamente.
De hecho, era algo que no podía apartar de mi pensamiento al vene…
—¿Sabes?—cambiaste el tema con una sonrisa enorme—. Te voy a decir algo que te hará feliz. Hoy llegó carta de mi abuelito Asaf.
Me puse de pie inmediatamente.
—¿Dónde está?
—Mamá la tiene —y al decirlo frunciste el ceño—. Qué tonta soy. Quizá ella pensaba dártela como sorpresa en la cena.
Inhalé hondo. Te miré de frente a los ojos v mi ansiedad se es¬fumó por completo. Extendí el brazo derecho para que te acer¬caras. Lo hiciste alegre de sentir nuevamente mi calidez. En ese momento me di cuenta de qué era exactamente lo que tenía que escribirte. No era una carta, sino un libro completo. Acaricié tu cabello y te abracé por la espalda para caminar contigo rumbo a la cocina.

Fin

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