martes, 11 de mayo de 2010

SEGUNDA PARTE. DE SEXO POR AMOR.

1
LOS ERRORES DEL NOVIAZGO.

Las molestias de mi enfermedad desaparecieron totalmente antes de que terminara el tratamiento y nunca volví a sufrir una recidiva.
—Si tu sistema linfático reacciona bien —me comentó el doctor Asaf por teléfono—, tal vez tengas la suerte de quedar totalmente curado.
Así fue. Pero por precaución me practiqué nuevos análisis y, sin hacer cita, le llevé los resultados al médico.
No me saludó de mano, cual es propio hacerlo con los pacien¬tes, sino brindándome un abrazo como sólo se estila entre amigos. El gesto me inspiró la confianza suficiente para comentarle que había iniciado un cambio de actitud respecto al sexo, que había conseguido un empleo y que posiblemente me había enamorado de una muchacha por quien NO sentía una atracción preponderan-temente física.
—Ella es…, ¿cómo le explicaré? —hallé la frase exacta—: más elegante que bonita y más inteligente que sumisa.
Se mostró animado, satisfecho, risueño. Hizo bromas respecto a los peligros de que esta vez fueran las chicas quienes se apro¬vecharan de mí. Terminó informándome que muy pronto se iría de la ciudad y pidiéndome que, aunque ya no requiriera de sus servicios médicos, mantuviera comunicación con él. Al oírlo decir eso comprobé con tristeza que Dhamar me había informado bien respecto a los rumores de su próximo traslado, y noté en su mirada un inmediato cambio de ánimo al decirlo. Le pregunté cómo podía conseguir las revistas que editaba y prometió recopilarme algunos números.
—Puede dárselos a su secretaria para que ella me los haga llegar —comenté—. Últimamente nos frecuentamos.
El doctor me miró suspicazmente antes de comentar que Dhamar tenía todos los ejemplares, pues era ella quien capturaba la revista.
Salí de su privado con un enorme ‘sentimiento de confianza, como el que se experimenta al caminar por lugares que empiezan a sentirse propios. Tomé asiento junto a Dhamar.
—¿Cuántos pacientes faltan?
—Uno —contestó—. Terminando éste podemos irnos.
—¿Avisaste que hoy llegarás un poco más tarde?
—Sí. Les dije que me habías invitado a tu casa y mis papas pueden calcular lo que significa atravesar la ciudad de ida y vuelta.
Me quedé pensando. Llevarla a mi domicilio era un gesto de deferencia que no había tenido con ninguna otra. Por lo mismo, mi madre nunca me había conocido una novia; si todo marchaba como lo había planeado, esa noche le presentaría a la primera.
—¿Por qué no me dijiste que tú mecanografías la revista?
Se encogió de hombros.
—Por descuido tal vez. En mi bolsa traigo un ejemplar. ¿Lo quieres ver?
—Por supuesto.
—Es un trabajo diferente —aclaró mientras lo extraía—. No contiene artículos de tópicos diversos como las demás. Cada número está titulado con un solo tema, y muchos especialistas, encabezados por el doctor Marín, escriben sobre él, conformando un documento extraordinario.
Me dio la revista. Tenía aproximadamente sesenta páginas impresas a colores en papel brillante. Me agradó la presentación, pero sentí que mi corazón aumentaba su ritmo al leer el título del ejemplar que tenía en mis manos: “NOVIAZGO”.
No contesté. Por lo pronto lo único que quería saber respecto al noviazgo era si ella quería tener uno conmigo.
Tal vez mi rostro y actitud lo gritaban sin que yo me diera cuenta y tal vez no era casualidad que ella hubiera traído precisa¬mente ese ejemplar en su bolsa.
En espera de que terminara la consulta del último paciente para poder retirarnos, comencé a hojear la revista buscando el artículo del doctor Marín. Fue muy fácil. Él escribía la introducción. Decía:
Las estadísticas de divorcios en nuestra época son cada vez más alarmantes. De cada tres matrimonios fracasan dos. Es un aspecto en el que todo joven “enamorado” debe detenerse a meditar profundamente. Sin protestar. Escuchando. Haciendo a un lado la orgullosa creencia de saberlo todo y dejando de racionalizar sus actos, porque tristemente, con frecuencia, se ve a esos muchachos, antes tan seguros de su noviazgo, desdichados y envueltos en un matrimonio asfixiante después.
En América Latina el promedio de edad matrimonial es de veintiséis años y el de mortandad de sesenta y nueve; así que el individuo común pasa casado los cuarenta y tres años más productivos y útiles de su existencia. Nadie debe correr el riesgo de elegir mal a la persona con la que ha de cohabitar durante todo ese tiempo.
¿Pero qué ocurre en la realidad?
Gran cantidad de varones se unen enajenados por esa atracción sexual tan poderosa, sabiendo que, en el lecho nupcial, ya no tendrán que reprimirse, y muchas mujeres se casan por la seguridad que garantiza ese nuevo estado civil. Pero ambos se equivocan en el frugal intercambio.
Al conocer cónyuges dispares, no podemos evitar pregun¬tarnos: ¿cómo fue posible que se unieran de por vida para formar un hogar?
Los esposos argumentan: “Mi marido se ha descompuesto mucho”, o “Ella ha dejado de ser como era”. ¡Craso error! ¡Garrafal mentira! La gente no suele adquirir rasgos negativos, o positivos, por el hecho de casarse. El genio y figura no nacen en la boda. La persona ya era así antes. Lo que ocurre es que no se percataron. Cientos de personas frustradas, con lágrimas en los ojos, suelen preguntarse: ¿cómo fue que no me di cuenta a tiempo?, ¿de qué manera me dejé engañar…?
MALOS SON PRODUCTO DE LOS MALOS NOVIAZGOS. Y habiendo tanto escándalo por la ac¬tual decadencia de los hogares, escribiéndose tantos tratados para ayudar a los esposos en crisis, me sorprende la enorme ca¬rencia de información respecto a los valores en los jóvenes, que son el origen real de aquellos problemas mayores.
En la mocedad se siembra. En la madurez se cosecha. Resulta curioso, pero quienes juegan con los sentimientos fingiendo amor a dos o más personas a la vez, “tocando madera” cada vez que se habla de matrimonio, suelen perder tarde o temprano el control del coche que conducen en tan excitante forma y unirse, equivocadamente, a la persona equivocada. El donjuán decide casarse únicamente bajo los efectos de un arranque de apasio¬namiento o idealización. En cambio, quien ha tratado con res¬peto al amor, logrando relaciones constructivas y nobles, tiene más elementos para escoger adecuadamente.
En el noviazgo está la clave de la felicidad o la desdicha de más de cuarenta años, de más de ochenta por ciento de tu vida útil. La responsabilidad es gravísima, ¿te das cuenta? ¡Por fa¬vor, entiéndelo ahora que estás a tiempo! Una visión poco pro¬funda de esta importantísima etapa te cortará las alas para siem¬pre.
—¿Nos vamos?
Me sobresalté.
—Claro —me puse de pie—. Estaba totalmente concentrado en la lectura.
—¿Verdad que es interesante?
Me quedé callado. Para mi gusto era más bien exagerada.
Salí detrás de Dhamar dándole el paso por la puerta.
En la cajuela del auto llevaba un enorme ramo de rosas rojas para ella, pero no tuve el tono anímico para dárselas en ese momento. Tampoco pude, durante el largo camino hacia mi casa, hablarle de mis sentimientos, como lo había planeado.
Antes de insistirle que fuera mi novia debía leer el resto de la revista, pues era seguro que ella conocía los pormenores de lo ahí expuesto.
—¿Sabes? —lo intenté como un comentario casual mientras manejaba—: Yo quiero que tú seas mi novia —y al decirlo me di cuenta de que ya no era tan difícil—, pero me gustaría saber lo que dice la revista antes de insistir, porque me siento con cierta desventaja intelectual en el asunto.
—¿Hasta dónde leíste?
—La introducción solamente.
Tomó la revista y comenzó a hojearla.
—¿Por qué no me lees algo? —le pedí—. Aquello que te hizo terminar con tu segundo novio, por ejemplo.
—No fue ningún artículo en especial —comentó—, sino todo el conjunto. Pero… a ver. Voy a buscar. Te advierto que suelo marearme cuando leo en el coche, así que no respondo de mí.
Reí divertido. Me gustaba mucho su estilo sencillo y franco. Comenzó:
LOS DOS ERRORES DEL NOVIAZGO
PRIMER ERROR: Idealización
Pocos fenómenos son tan usuales en la mocedad como los espejismos del amor. Tal vez llegues a casarte creyendo que estás enamorado, como los peregrinos del desierto que, hambrientos y sedientos, pueden llegar a convencerse de que a unos metros hay un oasis o un pueblo. Ves un espejismo cuando idealizas. Has perdido los estribos por alguien que ni siquiera conoces bien, lo miras acercarse y sientes cómo te flaquean las piernas y te tiembla el corazón. Ves al príncipe o a la princesa de tus sueños encarnado en esa persona, pero sólo se trata de una creación tuya; le atribuyes cualidades y virtudes que por lo común está muy lejos de tener; quisieras que fuera como lo has imaginado y te empeñas en que es así, pero todo lo has inventado tú. Si detectas el error racionalizas diciendo que tú te encargarás de cambiar esos peque¬ños defectos, pero nadie debe pretender cambiar a su pareja; al empeñarte en hacerla a tu modo sólo conseguirás incomodarla, desarrollarás inseguridad en ella, temor al rechazo, disminución de su autoestima y finalmente no sólo no la cambiarás sino que terminarás haciéndola perder las cualidades que inicialmente te gustaban de ella. El amor ideal destruye el corazón, porque no existe, ¿te das cuenta?
No es cierto que en algún sitio recóndito hay para ti un compañero exacto, una pareja única, una media naranja. Estas ideas son poesía, romanticismo impráctico. Miles de personas viudas logran un segundo matrimonio feliz. El amor verdadero no se crea a solas ni se da porque sí. Se construye entre dos personas afines y maduras que se conocen y se aceptan como son. Se afianza con el servicio, con el constante deseo de darse sin condiciones, y crece permitiéndole a ambos independencia, libertad, autonomía. Encontrarlo no es pues sacarse la lotería. Hay que luchar por él. El amor se siembra, se riega, se cultiva y se cosecha. El que no esté dispuesto a trabajar no lo tendrá nunca. Así que ten cuidado si supones que mágicamente Cupido está tocando las puertas de tu corazón. Tal vez se trate de una idealización, de un espejismo… Y créeme, no hay nada más doloroso que despertar a una realidad terrible cuando es demasiado tarde.
Disminuí la velocidad para entrar a un restaurante de comida rápida con servicio a automóviles en ventanilla. Era parte del plan. Algo informal y sencillo que nos permitiera aprovechar el tiempo.
Nos detuvimos en el intercomunicador para ordenar: hambur¬guesas, papas fritas, refrescos de naranja.
—¿Te gustaría comer aquí? —pregunté.
—No. Preferiría que lo hiciéramos en tu casa.
—Muy bien.
A los pocos minutos volvíamos a tomar la vía rápida que, como siempre, permitía una circulación promedio de treinta kilómetros por hora.
—¿Te mareaste?
—No. ¿Quieres que siga leyendo?
—Sí, por favor.
SEGUNDO ERROR: Premura pasional
A este yerro juvenil se deben la mayor parte de los fracasos matrimoniales. Es el que acaece en los “noviazgos superficia¬les” , donde no hay idealización pero sí una gran urgencia de ser querido y admirado. La relación se da con premura, con apasionamiento vano, basándose en aspectos aparentes. Te gustó físicamente y emprendes la conquista de inmediato. Este tipo de vínculo es agradable por peligroso. Cuanto más rápido, más riesgoso. Es como montar un caballo: no hay emoción al ir paso a paso sobre el lomo del corcel; lo excitante es galopar, sentir el peligro de la velocidad.
La mayoría de los anuncios de televisión nos muestra una escena de enamoramiento instantáneo: aquél se unta cierto jabón en las axilas, ese otro se espolvorea talco en sus zonas pudendas, ésta se mete en unas pantimedias, aquélla disimula su mal aliento con un enjuague bucal y todos, al instante, hallan un extraordinario compañero que daría su vida por ellos. Este concepto de superficialidad se está convirtiendo en nuestro estilo normal de noviazgo. Algo excitante de momento, pero hueco. Si te agradan los deportes peligrosos o disfrutas arries¬gando tu integridad, esta forma de romance te dará lo que bus¬cas; pero si deseas una relación constructiva que, lejos de da¬ñarte, te beneficie, tanto si perdura como si no, evita la premura pasional a como dé lugar, identificándola.
Dhamar interrumpió su lectura para echar un vistazo al camino. Los autos comenzaban a avanzar más rápidamente.
Había entendido que las dos trampas mortales del noviazgo eran la idealización y la premura pasional, pero, ¿cómo saber cuándo nos hallábamos frente a alguna de ellas?
Mi compañera reinició la lectura sin que yo se lo pidiera.
Un noviazgo destructivo puede identificarse por tres carac¬terísticas básicas:
a) Está basado en los atributos físicos. Si tu pareja cambia a un peinado o ropa que no es de tu agrado y por ese simple hecho sientes que la quieres menos, si te gusta demasiado lucir ante otros su belleza, o si por el contrario prefieres evitar reu¬niones sociales en su compañía para evitarte la vergüenza de que te vean con alguien no muy favorecido, significa que tu amor es falso. El físico no durará toda la vida. Hazte las si¬guientes preguntas y contéstalas con honestidad: Si tu novio o novia sufriera un accidente que le produjera una irreparable y fea marca, ¿tu amor no sufriría cambio alguno? ¿De qué es exactamente de lo que estás enamorado?, ¿de la fruta o de la cáscara?
b) Viene acompañado de una gran impaciencia sexual. Tienes constantes deseos de besar, abrazar, sentir la cercanía de ese cuerpo cálido. No concibes una entrevista en la que sim¬plemente platiques o convivas; la razón principal y única de estar a su lado es encenderte con sus besos, pedirle que te re¬cuerde cuánto te ama, decirle que tu amor es infinito una y otra vez. Este acercamiento inevitablemente te llevará a avanzar de forma veloz en la relación sexual, y aunque el sexo no es malo, como tampoco lo es la atracción física, la atracción basada en ellos se terminará en cuanto el cuerpo se satisfaga. Apréndelo muy bien: una señal inequívoca de que se trata simplemente de un apasionamiento es que se tiene una gran urgencia de caminar aprisa, de intimar físicamente a la brevedad posible.
c) Se presenta con exceso de celos y búsqueda de control. “¿Dónde anduviste ayer? ¿Por qué no me llamaste por teléfo¬no? ¿Con quién hablabas en la calle esta mañana? ¿Por qué no me avisaste que ibas a salir?” Son algunas de las muchas pre¬guntas que te hace una persona que quiere manipularte por sentirse con derechos sobre ti. El verdadero amor no requiere ese control. No asfixia. No quita la libertad jamás. Nadie es dueño de su pareja. Ni aun los casados.
Si tu noviazgo ha sido rápido, lleno de emociones encontra¬das, si surgió como una explosión, si está basado sobre todo en el fuego corporal, si te exige una constante confirmación de que eres amado, haz una pausa para reflexionar. Ese tipo de relación es como un narcótico poderoso, te impide una visión objetiva, te hace suponer que has hallado a la persona adecuada cuando no tienes frente a ti más que a un individuo común y corriente con el que te será imposible intimar a largo plazo.
El amor real no lleva prisa y está basado en el conoci¬miento profundo de la otra persona; en la aceptación total de sus virtudes y defectos.
¿Cuánto conoces a tu enamorado? ¿Sabes cómo reacciona bajo presión? ¿Cuando está furioso grita, llora, golpea, rompe cosas, azota puertas, se va? ¿Es trabajador? ¿Es tenaz? ¿Orga¬nizado? ¿En apariencia su recámara se ve muy bien y debajo de la cama o dentro del armario oculta su verdadero caos? ¿Qué clase de relación tiene con sus padres? ¿Es hogareño, fiel a los suyos o es rebelde y creador de conflictos? ¿Sabes que inevi¬tablemente el mal hijo resulta después un mal padre? Los patrones de conducta familiares se repiten involuntariamente siempre. ¡Despierta, por lo que más quieras!
Tal vez si conocieras en verdad a tu novio o novia te darías cuenta de que no lo amas. Que no puedes amar a alguien así. Tal vez estás cometiendo el error de la idealización o de la premura pasional. Detente a pensar y analiza tu vida ¡AHORA!
Después de la lectura anterior nos inundó el silencio y no cruzamos palabra durante el resto del trayecto. A los pocos minutos llegamos a mi casa. Estacioné el coche y repentinamente comencé a reír.
—¿Qué te causa tanta gracia?
Moví la cabeza negativamente. Era como una terrible incon¬formidad con las circunstancias. La revista resultaba muy intere¬sante, pero, ¿por qué tuvo que interponerse con todas sus conside¬raciones analíticas justo en esa tarde?
Seguí riendo.
—¿Me cuentas el chiste? —insistió Dhamar.
—Es que… —me controlé y repentinamente me sentí agobia¬do—. No es nada…
¿Cómo decirle que hoy había pensado consumar mi declaración amorosa a como diera lugar; que era incapaz de clasificar el amor que sentía por ella, pero que mi vida había cambiado desde el mo¬mento en que la conocí y que eso bastaba para mí?
—Discúlpame —titubeé—. Es sólo que me he dado cuenta, un poco a destiempo, de que detesto las revistas.
—Tú me pediste que leyera.
—Tal vez fue un error.
Repentinamente decidí no dejar el ramo de rosas en la cajuela.
Saldría por ellas y al dárselas ¡e diría, para quitarle seriedad a lo leído: “Te las doy como una muestra definitiva de premura pa¬sional”.
—Espérame un momento.
Salí del auto con enérgica decisión.
Caminé a la cajuela y la abrí Miré las flores carmín bañadas en pequeñas perlas líquidas. Todo el compartimiento olía a su seductora fragancia.
Estaba a punto de tomarlas cuando escuché que el zaguán de mi casa st abría. Era la señora Adela. Bajé parcialmente la tapa del coche para mirarla acercarse a mí con pasos apresurados.
—Joven Efrén —habló muy bajo en cuanto estuvo cerca—, se acaban de ir hace cinco minutos los señores que vinieron el otro día con aquella muchacha, ¿se acuerda?
—¡Joana!
—Esta vez la joven no los acompañaba. Pero los adultos hablaron un buen rato con su mamá. Si puede mejor no entre ahorita. La señora parece muy enojada.
—Gracias, Adela.
Me quedé de pie, pálido, sin fuerzas.
Vi a la sirvienta alejarse de vuelta a la casa y percibí cómo mi boca se secaba al tiempo que me invadía un alucinante hormigueo en los brazos.
Apenas recuerdo haber vuelto a cerrar la cajuela dejando el ramo de rosas intacto. Caminé muy lentamente hasta la puerta de Dhamar y le abrí.
Levantó la cabeza para mirarme y creí escuchar su voz entre nubes:
—¿Qué te pasa, Efrén? ¡ Parece que hubieras visto un fantasma!

2 comentarios: