martes, 11 de mayo de 2010

7 ...PRUEBAS ANTES DEL MATRIMONIO.

PRUEBAS ANTES DEL MATRIMONIO.

Le dije a mamá que Dhamar había aceptado con gran júbilo mi propuesta y que el domingo por la tarde nos esperaría en su casa. Sin embargo, yo estaba temeroso no sólo de que nadie nos espe¬rara sino, sobre todo, de que ella estuviese en desacuerdo con mi precipitada petición.
Llegamos a la casa de mi novia cerca de las seis de la tarde. El hermano menor se asomó por la ventana y de un salto se volvió para dar a grandes voces la noticia de que ya estábamos ahí. Dhamar abrió la puerta. Me sorprendió verla vestida y arreglada de forma tan bella. Saludó a mi madre con un beso en la mejilla.
—¿A qué hora llegaron a la ciudad? —pregunté.
—Temprano —me tomó de la mano—. Le comenté a papá que ustedes querían hablar con él y se apresuró, bastante nervioso, a emprender el viaje de regreso.
—¿Le dijiste para qué queremos verlo?
—No. Pero se lo imagina.
—Y tú, ¿qué has pensado?
Extendió sus brazos mirándome con ternura sin poder evitar una gran sonrisa.
—Fue fácil decidir…
Mamá fingió no vernos cuando Dhamar y yo nos abrazamos.
La sala estaba elegantemente arreglada. Sobre la mesa de centro había vino y botanas finas.
—¿Y dónde vivirán? —preguntó preocupado el señor una vez que mi madre le habló de manera por demás emotiva y elocuente sobre la razón de nuestra visita.
—He conseguido que cierto conocido de trabajo muy estimado nos preste una casa que tenía abandonada mientras los chicos ha¬llan un departamento en renta —contestó ella.
Dhamar y yo nos miramos. También para nosotros era una no¬vedad.
—No me esperaba esto —dijo el hombre con pesar—. Siempre pensé que ese día todavía estaba muy lejano. Ella no sólo es nues¬tra hija mayor… Es nuestra amiga, el ejemplo de sus hermanos, la conciliadora… No va a ser fácil vivir separados.
Hubo un estatismo general después de estas palabras. Era mi turno de hablar. Aún no se había dado claramente el consentimien¬to y todos deseaban escuchar mi opinión.
—Yo quiero ofrecerle a Dhamar —comencé con una gran tensión—, en presencia de su familia, todos los bienes que pueda obtener con mi trabajo asiduo y honrado. Todavía no tengo mu¬chos, pero los tendré; todo es cuestión de tiempo… No los defrau¬daré a ustedes, pero sobre todo no la defraudaré a ella, pues la amo más que a mi vida misma —aquí la voz se me quebró un poco—. Edificaremos un hogar lleno de amor, la cuidaré… la defenderé siempre… hasta la muerte, si así fuese necesario.
Me puse de pie para entregarle un hermoso anillo de compro¬miso. Nos aplaudieron cuando la besé y, muy a pesar de lágrimas y lamentos de sus padres, fijamos la fecha para la boda en tres meses.
Dhamar y yo comenzamos a hacer los preparativos de forma apremiante. Nunca imaginamos que sería tan complejo, pero pusimos todo nuestro corazón y los problemas se fueron solucio¬nando poco a poco. Sin embargo, hubo algo que ensombreció nuestra luz interior, que inhibió nuestro entusiasmo: el temor de que su prima Joana, al enterarse, cumpliera sus amenazas tratan¬do de perjudicar nuestra unión. Después de todo, había intentado difamarme con mi madre y nada le impediría presentarse, esta vez, ante los padres de Dhamar.
Mi prometida y yo le dimos muchas vueltas al asunto. Sabíamos que la revancha de Joana era inevitable y no podíamos pedirle que callara, porque sería tanto como aceptar nuestro miedo a cuanto pudiera decir. Pero, ¿cómo evitar el impacto de su venganza ahora que estábamos tan vulnerables y expuestos? La única opción viable que se nos ocurrió fue la de hablar con ella en presencia del doctor Marín. Era un terreno neutral donde Joana se vería forzada a com¬portarse de forma ecuánime.
Dhamar la llamó para decirle que al médico le urgía hablarle personalmente; le dejó entrever que era algo relacionado con su última consulta y Joana, preocupada, aceptó acudir a la inespera¬da cita.
Llegué a la clínica con bastante anticipación. Esa tarde había pocos pacientes. Aprovechamos, antes de que llegara la temida prima, para entrar al despacho del doctor y darle la invitación de nuestra boda.
Asaf Marín no pudo reprimir una enorme sonrisa y nos abrazó cariñosamente.
Sonó el teléfono y Dhamar salió a contestar. En cuanto me quedé solo con el médico, éste comentó:
—Me parece tan extraño… —se acarició el mentón como du¬dando si decirme o no lo que le había venido a la mente. Tomó la tarjeta de invitación para observarla con detenimiento—. Una vez me dijiste que casarte sería lo último que harías, ¿recuerdas?
—Las personas tienen el derecho a cambiar de opinión.
—¿Y no será que tu nueva forma de pensar se deba a que has entrado con ella a la luna de miel?
—¿Cómo dice? ¿Que entré con ella a qué? —sonreí— No le entiendo.
—¿Han tenido relaciones sexuales?
—Más o menos…
—Cuando, habiendo amor, comienza la actividad sexual, em-
pieza también la luna de miel.
— ¿No se le llama así al viaje de bodas?
-Algunos le dicen así a eso. Pero la verdad es que la luna de miel no tiene nada que ver con el viaje, ni siquiera con la boda. La luna de miel es ese vivir en las nubes, flotando, por las delicias de! sexo, atolondrado por los aromas de la relación y tiene que ver con la entrega sexual amorosa, no con el estado civil.
—Ya entiendo… ¿Y eso qué tiene que ver con nuestra decisión de casarnos?
—Tal vez nada. Tal vez mucho. La luna de miel es un túnel lleno de sonidos exóticos, de aromas seductores, de colores increíbles. En cuanto la pareja entra a esa cueva pierde la capacidad de per¬cibir la realidad y suele hacer planes de unión eterna…
Me rasqué la cabeza sin acabar de entender.
—Hábleme más de eso.
—El sexo con enamoramiento incipiente es un perfume que oculta los verdaderos olores, una música que impide escuchar los sonidos ciertos, un vidrio teñido que no permite mirar de frente al compañero real. ¿Sabes cómo podrías comerte una bazofia detes¬table? ¡Poniéndole suficiente limón, sal y chile! El verdadero sabor de un encuentro amoroso se disfraza con el fuerte condimen¬to del sexo. A una pareja que ha llegado a obsesionarse por esa explosión física es inútil tratar de hacerla entender los peligros de su unión. Dentro del túnel en el que se encuentran no caben las apreciaciones de otros, no te escucharán pues habrán perdido el oído, no te verán, pues habrán perdido la vista… Efrén, la pasión del cuerpo es capaz de hacerte creer cosas que no existen y con base en ellas tomar decisiones trascendentales para tu vida. Pero el túnel no es eterno. Tarde o temprano se sale de él y entonces uno realmente se da cuenta de con quién se halla, junto a quién está durmiendo…
—Es interesante —contesté—. ¿De modo que usted recomenda¬ría no tomar decisiones importantes mientras se esté dentro de ese “túnel”? ¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Es mejor postergar todo hasta salir de él?
—En un noviazgo eso puede tardar mucho tiempo.
—Supongamos que transcurra ese tiempo. ¿Al terminarse la luna de miel es posible decidir objetivamente?
—Cuando la luna de miel termina, los amantes siempre se enfrentan con problemas graves y discusiones serias. Entonces sobreviene una gran desilusión mutua y, no habiendo compromi¬so, acaece el rompimiento. Pero acabar una relación amorosa en la que hubo ese grado desexo es muy doloroso. Semejante a lo que sería una ruptura conyugal. Viene la depresión, la desconfianza, la tristeza; la ira, en sí, de haberse entregado totalmente a alguien que no lo merecía. Igual que en un divorcio. Se precisa enfrentar una crisis emocional inmensurable, una tragedia intrínseca, un dolor secreto proveniente de la autoestima herida. Entonces se busca desesperadamente consuelo en otros brazos, armando con rapidez el nuevo noviazgo erótico y como esto es un escape erró¬neo, pronto en la nueva pareja se da la desilusión y con ella el rompimiento, entrando a un terrible círculo vicioso que endurece el corazón y hace perder la fe en el amor. Es algo que no le deseo a nadie…
Tragué saliva. Mi madre era divorciada y en la plática que tuvimos me había transmitido ese sentimiento de impotencia y dolor, pero lo novedoso para mí era enterarme que ¡tanto la luna de miel como el divorcio podían vivirse sin importar que se estuviera o no casado!
—Dhamar y yo no hemos tenido aún relaciones sexuales com¬pletas —confesé—. Convivimos en ese aspecto, pero ella sigue siendo virgen.
El doctor Marín se quedó callado, mirándome profundamente. Sabía tan bien como yo que no se necesitaba el coito para aspirar los aromas alucinantes del sexo con amor.
—¿Y por qué se casarán tan rápido?
—Sus padres se irán a vivir a otro estado de la República y queremos hacer la boda antes de que eso ocurra.
Los profundos surcos de sus cejas parecieron acentuarse cuando bajó la cara. Había algo en lo que estaba en desacuerdo y curiosamente, aunque yo no cambiaría mi decisión ante ninguno de sus argumentos, me interesaba conocer todos los puntos de vista de ese hombre a quien había aprendido a querer y respetar.
—¿Pasa algo malo? —cuestioné.
—Hay muchos factores externos que suelen acelerar los trámi¬tes matrimoniales. La oposición de las familias, una amenaza de separación, un ultimátum de una de las dos personas, una depre¬sión emocional, etcétera. La combinación de sexo, que funciona como pólvora regada, y un factor externo, que hace las veces de chispa, suele producir las tan comunes explosiones de matrimo¬nios mal avenidos.
Tocaron a la puerta.
—Pase —dijo el doctor.
En cuanto Dhamar entró, todas mis dudas se disiparon. Se acercó para dejar sobre el escritorio de su jefe su agenda de citas y se sobresaltó cuando al pasar junto a mi silla la abracé por la cintura.
—Ésta es la mujer de mi vida. Yo no sé muchas cosas sobre sexo, pero sí sé que estoy dispuesto a luchar por ella hasta las úl¬timas consecuencias.
Asaf Marín sonrió y asintió bonachonamente. Dhamar se liberó suavemente de la presión de mi efusivo abrazo y se sentó junto a mí.
—¿De qué hablan? —preguntó.
El doctor se adelantó a explicarle:
—De la posibilidad de que su próximo matrimonio sea producto más de la pasión que del amor.
Dhamar se ruborizó al entender que habíamos comentado nues¬tra relación íntima, pero para mi sorpresa no defendió nuestra postura.
—¿Y cómo podemos saber eso? —increpó.
—Hay una prueba muy simple. Faltan casi tres meses para la boda, ¿verdad? Bien, pues en ese tiempo eviten todo contacto físico —propuso el médico—. No se besen ni en la mejilla, no se den la mano, no se abracen. Si pasan la prueba tendrán toda la vida para hacerlo. Únicamente hablen, discutan, planeen juntos los detalles del paso que van a dar. Si es posible véanse a diario y convivan como los grandes amigos que deben ser. Si sienten que la relación pierde totalmente su encanto y sentido al quitarle el contacto físico, entonces significa que no hay amor verdadero: suspendan la boda, aunque sus amigos y familiares los tachen de inmaduros o indecisos. Pero si durante esos tres meses en los que dejarán a un lado al cuerpo, su unión sigue siendo satisfactoria para ambos y se sienten felices uno junto al otro, aun sin el menor roce físico, entonces se trata de algo superior. De un amor que debe unirse en matrimonio.
Mi novia y yo giramos la cabeza para mirarnos.
—Es un reto interesante —dijo ella.
Me encogí de hombros.
—Ésa es la verdadera prueba del amor. A mi juicio no hace falta hacerla, pero si tú quieres…
Al ver a su jefe, con quien ella tenía pocas oportunidades de conversar, dispuesto a darnos sus mejores consejos, Dhamar apro vechó para preguntarle:
—¿Cuáles son las características que deben tener dos enamora¬dos para que su unión perdure?
El doctor Marín contestó con otra pregunta:
—¿Recuerdas el número de nuestra revista dedicado al noviaz¬go?
—Sí. Hablaba sobre intimidad emocional, afinidad intelectual y atracción química.
—Muy bien. Ésos son los primeros puntos, pero hay otros tres a considerar.
—¿Que no fueron publicados en esa revista?
—Sí. Dos personas que deseen unir sus vidas deben tener: “a) Temperamentos opuestos, b) Estilo de vida similar, c) Rea¬lización independiente “.
Extrajo del cajón central de su escritorio una carpeta con documentos escritos a máquina.
—Algunas de estas consideraciones son de la doctora Joyce Brothers —aclaró—, y yo las he ratificado y complementado a lo largo de muchos años de entrevistar cónyuges en crisis. Analice¬mos el inciso a). Si tu TEMPERAMENTO es tímido, te conviene enlazarte a alguien extrovertido; el derrochador debe hallar con¬trapeso en una pareja ahorrativa; el competitivo sólo será feliz al lado de alguien cooperativo; el reservado estará muy bien con la comunicativa, etcétera. Dos personas con caracteres iguales cho¬carán a cada paso; en cambio, si son opuesta en temperamento, ambas se complementarán y enriquecerán mutuamente.
—Muy bien —dije entusiasmado—: Dhamar es muy formal y yo suelo ser más alegre. A mí me gusta hablar en público, contar chistes en las reuniones y a ella le aterra la idea de que la gente guarde silencio para escucharla. Yo soy arrebatado y ella pru¬dente…
—Una de las cosas que más me atraen de Efrén -completó Dhamar— es su carácter tan distinto del mío.
—De acuerdo. Si tienen temperamentos opuestos empezamos bien. E! inciso b) es el ESTILO DE VIDA SIMILAR En este punto influye mucho el ambiente socioeconómico de las dos familias de las que se proviene. Cuanto más se parezcan sus hogares ante¬riores, más compatibles son ustedes en hábitos. Al tener formas de vida análogas estarán de acuerdo en las cosas más importantes: la educación de los hijos, cómo y dónde vivir, qué comer y en qué forma, cómo pasar el tiempo libre juntos… Habrá problemas si uno fuma, toma o juega y el otro no; si sólo uno es naturista o vegetariano; si sólo uno lleva su religión correctamente; si sólo uno es deportista; si uno detesta el encierro y el otro adora las cuatro paredes de su casa…
A Dhamar le preocupó algo y trató de aclararlo:
—¿Qué importancia tiene la religión en los esposos?
—Muchísima. Las estadísticas dicen que los matrimonios más felices y duraderos son los que comparten el mismo credo y conllevan un desarrollo espiritual similar. Parecerá un detalle nimio, pero en la familia es la mejor garantía de que todo, a fin de cuentas, irá bien.
Mi novia se quedó callada y bajó la cabeza. Eso significaba que nuestra felicidad de ninguna forma podía estar garantizada.
Quise hablar, decirle que no tuviera miedo, que algo muy grande había ocurrido en mi interior cuando estuvimos separados por la distancia. Ella aún no estaba enterada de aquel quebranto espiritual, del huracán interno que derrumbó mi egolatría desde sus cimientos, del encuentro con la carta de Marietta, de esa humildad que había sofocado mi autosuficiencia para siempre. Pero como tardé mucho en intervenir, el doctor continuó explicando:
-El inciso c) y último es la REALIZACIÓN INDEPENDIEN¬TE. Cada quien es un individuo autónomo y debe tener sus metas personales, sus actividades creativas y, aunque todo lo realicen juntos, ambos deben luchar por ellas separadamente. Cuando uno de los cónyuges pone su felicidad y realización en función del otro, se crea una relación asfixiante y pueril, similar a la que tiene un niño con sus padres.
El doctor se detuvo en espera de algún comentario, pero, al me¬nos yo, me estaba esforzando más por comprender que por opinar.
—Recapitulando los tres incisos —concluyó—, el retrato de una pareja perfecta para casarse sería: dos personas con caracteres opuestos, con hábitos de vida parecidos, cuyas familias paternas sean culturalmente similares, con la misma religión, desarrollo
espiritual aproximado, y cada una con su profesión y objetivos de realización individuales.
—Es muy interesante —dijo Dhamar —, pero si se tomaran en cuenta tantos requisitos sería muy difícil hallar pareja.
—Claro, linda —contestó el doctor—. Pero si fueses a arriesgar todo tu capital en una empresa asociándote con otra persona la investigarías analizándola fríamente, harías un contrato cuidado¬so y pondrías mucha atención antes de estampar tu firma, ¿no es cierto? Pues el matrimonio es esa empresa, y más. El amor jamás hará todo por sí solo cuando falten los elementos básicos que aca¬bamos de comentar.
—¿Y el sexo? —inquirió nuevamente ella—. ¿No se le ha olvi¬dado? Dicen que la causa principal de los fracasos matrimoniales es la falta de acoplamiento sexual.
—Eso dicen, pero es una gran mentira: uno de los mayores mitos sociales difundidos por médicos poco agudos. Es cierto que el mal engranaje sexual produce separaciones maritales, pero está muy lejos de ser la causa principal. Ustedes no se imaginan cómo las parejas que se aman luchan y triunfan frente a alguna disfun¬ción psicosomática y cómo, por el contrario, los cónyuges en los que no hay amor profundo, aun cuando pudiesen acoplarse perfec¬tamente en el aspecto físico, hacen del sexo un acto egoísta y de¬testable para terminar separándose, según ellos, por su culpa. La verdadera razón de los fracasos maritales es mucho más sencilla y difícil de aceptar: a veces sólo recae en la costumbre de pensar mal del compañero y la falta de madurez para entender que el amor marital es algo que se APRENDE con más esfuerzo y tenacidad de! que se necesitaría, por ejemplo, para aprender a tocar el piano. En¬tiendan esto de una vez: una buena relación sexual no hace al ma trimonio, y una mala tampoco lo destruye…
—Pero es cierto que algunas parejas tienen problemas en la cama, ¿no? —intervine — . Para identificarlos a tiempo, en la íacul tad los maestros recomiendan el sexo prematrimonial.
— ¿Algunas parejas tienen problemas en la cama? —repitió el doctor Marín enfatizando irónicamente la palabra “algunas”— Te equivocas: ¡todas los tienen! No hay un solo matrimonio que no se haya enfrentado con trabas en la práctica sexual. Pero esas trabas sólo se convierten en puntos de ruptura cuando taita el respaldo
emocional. Con verdadera comprensión ninguno de los dos pre¬siona ni exige al que está fallando. Tomados de la mano en un extraordinario ambiente de complicidad, luchan juntos y, a menos que se trate de dificultades funcionales, que son raras, resuelven sus problemas siempre… De modo que “hacer la prueba” para medir la compatibilidad antes del matrimonio es ilógico e infantil. Los profesores que lo recomiendan suelen ser jovencillos inte-lectualoides más morbosos que bienintencionados. La experiencia erótica de los solteros es sólo una sombra, una caricatura de la verdadera problemática a la que se enfrentarán de casados. Y definitivamente, en caso de detectar algún inconveniente sexual, éste no sería una razón tan significativa como otras para decidir si deben casarse o no…
—Entonces, ya que no es el sexo el principal motivo de los problemas en el matrimonio, ¿cuál es? —pregunté.
—Las primeras y más comunes causas de riña son tan vulgares, tan poco románticas, que te van a desilusionar: estoy hablando ni más ni menos que de LA LUCHA POR EL MANDO Y LOS DE¬SACUERDOS SOBRE EL DINERO. Algunas de las preguntas de mayor conflicto que se plantean en un hogar son: ¿Quién va a dis¬poner lo que se hará en un caso determinado? ¿Quién tiene mayor autoridad? ¿Quién sabe más al respecto? ¿Por qué derrochas el dinero? ¿Cómo es posible que no ganes más? ¿Ya te diste cuenta de todos tus errores? ¿No te importa dar un mal ejemplo a tus hijos? ¿Por qué me contradices frente a la gente? ¿Eres tú quien manda o soy yo…?
No pude evitar sonreír. ¡Dinero y poder! En verdad eran cosas vulgares, nada comparables con la sublime idea de que el sexo fuese el principal motivo de los problemas.
—Las discusiones sobre autoridad y economía —comenté en son de broma— se acabarán cuando el “sexo débil” deje de ponerse al tú por tú con el “fuerte”.
Dhamar giró por completo para mirarme frunciendo el ceño. Yo sonreía artificialmente enseñándole la dentadura como un mico.
—Los hombres son más débiles —se defendió—. Exageran sus dolencias, se cansan más rápido con las tareas cotidianas y no soportarían el trauma de un parto. Desde el nacimiento se ve: los bebés masculinos enferman y mueren en mucho mayor porcentaje
que los femeninos; las niñas, desde la primaria, son más suspica¬ces, rápidas, ordenadas y creativas que los niños.
—Pero de mayores, ¿qué tal? —pregunté—, los varones…
—Alto —interrumpió el doctor Marín—. Han tocado un punto básico de las relaciones humanas. Algo fundamental, verdadera¬mente trascendente para la convivencia entre hombre y mujer.
—¿A qué se refiere? —pregunté confundido.
—A la clave que te permitirá valorar de una vez por todas quién es quién en este mundo.
Alcé las cejas sin acabar de entender las intenciones del médico, que se inclinó hacia adelante con evidente exasperación, como si se le hubiese presentado la oportunidad de decir una verdad vital.
—Tiene razón Dhamar. Las mujeres son más fuertes que los hombres. Incluso en el aspecto sexual. Ellas son capaces de tener encuentros íntimos mucho más prolongados y satisfactorios sin sentirse agotadas; ellas viven más en promedio, enferman menos, son más intuitivas, se adaptan y sobreviven más fácilmente; son, en potencia, mucho más inteligentes y…
—Entonces, ¿por qué no son las dueñas del mundo? —inte¬rrumpí.
—Por un factor muy simple. Efrén, debes entender muy bien lo que voy a decirte y no olvidarlo nunca. Algo pasa con esas niñas brillantes en cuanto entran en la adolescencia; su organismo les juega una broma terrible: comienza a bombardearlas, mes a mes, con hormonas poderosas que les producen un eterno desequilibrio emocional. Cuando estés casado te sorprenderá que tu compañera cambie repentinamente de humor, que haga cosas incomprensi¬bles, que llore por asuntos que considerarás tontos, que se emocione por detalles extraños para ti, pero jamás deberás echár¬selo en cara. Los maridos califican a sus esposas de inestables, locas o histéricas porque en tres días echan a perder todo lo construido en un mes, y ellas, ignorantes de lo que realmente les ocurre, reconocen sus errores y van agrandando el grave complejo de inferioridad que distingue a muchas por haberse creído el cuento absurdo de ser el sexo débil. ¡Pero es una gran mentira! Ellas no tienen la culpa de cuanto les ocurre. Las mujeres de éxito reconocen que el secreto de su triunfo ha sido aprender a controlar las crisis hormonales; en cuanto perciben una, rehuyen las amis-
tades para evitar hablar “de más”, hacen deporte, se entregan al arte, se encierran en soledad, lloran y recobran fuerzas con intenciones de poder seguir luchando en un mundo de hombres hormonalmente estables. El varón nunca dominaría a una mujer, pero las hormonas lo han hecho. Les han dado el romanticismo, el instinto maternal, la sensibilidad extrema, y con ello las han dejado en desventaja para la guerra del poder. Esto puede parecer injusto; sin embargo, es un designio de la Naturaleza porque sólo los SERES SUPERIORES, como ellas, son indicados para realizar la tarea máxima del ser humano: dar a luz, criar y educar a un niño…
Vi a mi prometida con los ojos llorosos y sonriendo ligeramen¬te. El doctor se puso de pie y echó un vistazo a su reloj de pulsera.
—Por lo visto, Joana no vendrá.
—Lo olvidé. Habló para posponer la cita.
—Me alegro —y cambiando de tema preguntó en tono afable—: ¿adonde se irán de viaje de bodas, si no es indiscreción?
Dhamar y yo nos miramos sin contestar. A decir verdad, no teníamos presupuesto para eso.
—Cerca —contesté titubeando—. Todavía estamos pensán¬dolo.
—¿Por qué no me permiten ser su “padrino de viaje de bodas”?
—¿Y qué es eso…?
—El que paga los gastos.
Dhamar se puso de pie y lo besó.
A mi vez me incorporé conmovido y le di la mano, pero el doc¬tor me atrajo hacia sí y me dio un fuerte abrazo.

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