martes, 11 de mayo de 2010

3 LOS TRES PILARES DEL AMOR

LOS TRES PILARES DEL AMOR
Imagina que sobre una mesa triangular sostenida por tres patas vas a intentar construir un enorme castillo. No te atreverías a pararte encima de esa mesa sabiendo que una de sus patas está rota, ¿o sí? Y mucho menos te atreverías a subir en ella a tu cónyuge y a tus hijos. Pues entonces revísalas hoy; la carencia o debilidad de un PILAR hará que tu vida amorosa se desmorone tarde o temprano provocando un doloroso desenlace…
El amor trascendente tiene tres características fundamentales. Sólo tres:
Primer Pilar: Intimidad Emocional
Ésta se da únicamente mediante comunicación profunda al compartir sin arreglos ni selecciones todos los sentimientos; al hablar con el corazón; al exteriorizar dudas, temores, ambicio¬nes, sueños, preocupaciones, alegrías, penas; al confesar los yerros del presente y del pasado; al descubrir ante la persona amada el lado oculto (y desconocido por otros) de nuestro ser La intimidad emocional es confianza absoluta, complicidad, integración, alianza. Cuando ésta existe, se interpreta rápida y correctamente el lenguaje corporal, se detecta el verdadero estado de ánimo del compañero (desapercibido para los demás) aunque no haya vocablos de por medio. Y cuando se usan las palabras se hace de una forma única y especial, en un nivel de fraternidad distinto al que se da en la comunicación con el res¬to de la gente. Las riñas se disuelven cuando aún son incipien-
tes porque al discutir se procura no causar daño, no herir. La “verdad” es el común denominador entre dos personas con in¬timidad emocional. En su trato la autoestima de ambos se ve grandemente favorecida pues saben darse su lugar el uno al otro, saben demostrarse aprecio y confianza sin límites. La co¬municación profunda les permite no volver a sentirse solos, le da sentido a su mundo interior, propicia la formación de un uni¬verso exclusivo y, finalmente, cuando se alejan, ambos piensan y hablan bien de su pareja.
Este último punto es un barómetro interesante pues, aunque puedas fingirle cariño a alguien, en la soledad tú sabes muy bien qué es cierto y qué no lo es. De modo que si al alejarte física¬mente de tu novio o novia priva en ti la sensación de lejanía emocional, si al no estar a su lado juzgas a tu pareja como ton¬ta, inmadura o torpe; si estando a solas te ríes un poco de su recuerdo y, en ocasiones, hasta compartes esa burla con tus amistades o familiares, no existe en absoluto intimidad emo¬cional.
Millones de matrimonios pasan la vida sin verdadera intimi¬dad; platicando únicamente sobre asuntos superficiales y va¬nos: los niños, el trabajo, los problemas de la casa, la econo¬mía… Por ocuparse de lo evidente olvidan lo fundamental. Su relación de pareja se desvanece, se pierde.
Se dice que los hijos unen al matrimonio, pero esto, en muchos casos, es una gran mentira. Los hijos producen distrac¬ción y funcionan para los cónyuges como excelente excusa para evadirse mutuamente: ahora tienen problemas nuevos en qué entretenerse. Al nacer los niños, surge una aparente integración conyugal, pero es forzada, y cuando los hijos crecen y se van se dan cuenta de que lo que los mantuvo unidos durante todos esos años eran los circunstanciales vástagos. Entonces (¡qué ridículo e incoherente!), después de sacar adelante un hogar con sacrificios, después de toda una vida compartida, al hallarse a solas prefieren divorciarse física o mentalmente. Jamás hubo intimidad emocional. Su unión fue vacía, falsa, fingida. Un hermoso teatro que tenía como finalidad hacer creer a los demás que se amaban.
Detuve la lectura impresionado por la fuerza de esas palabras. Dhamar y yo nos sentíamos relajados cuando conversábamos. Eso tal vez era un indicio de comunicación profunda, un viso de na¬ciente intimidad emocional.
Me sobrecogió el deseo de conocer y evaluar los otros dos “pilares”. Sin embargo, al levantar la vista, un detalle proveniente de la casa de Joana me perturbó: alguien había encendido la luz exterior… Consideré que tenía la obligación de bajarme para volver a tocar la puerta, pero opté por postergarla con la excusa de primero terminar la lectura del artículo.
Me hundí en el asiento del automóvil para seguir leyendo.
Segundo Pilar: Afinidad Intelectual
Las personas no están hechas sólo de emociones, están he¬chas también de IDEAS. Para nutrirse con los pensamientos de otro se requiere de una correspondencia intelectual capaz de permitir puntos de vista complementarios. Las personas pueden tener la capacidad de comunicarse íntimamente, pero si no poseen una forma similar de raciocinio respecto a los conceptos fundamentales como el trabajo, los valores, la religión, el sexo. la educación de los hijos, el tiempo libre, la organización fa¬miliar, etcétera, si no se enriquecen mentalmente durante su convivencia, terminan excluyéndose, el uno al otro, de gran parte de sus actividades. Pocas cosas alimentan más la llama del cariño que aportar ideas valiosas, desapercibidas para el otro.
En la medida en que alguien se ame a sí mismo podrá amar a su pareja, y la autoaceptación es un concepto que se da en la mente. Sólo siendo maduro intelectualmente es posible aceptar la individualidad e independencia del compañero, evitar los celos, el egoísmo, la posesión. Sólo con el juicio sereno y claro se es capaz de perdonar, ceder, dar otra oportunidad, aceptar los errores y estar dispuesto a permitir imperfecciones.
En el cerebro adulto nace el sentido de compañerismo y fidelidad. La moral verdadera no es producto de prejuicios sino de razonamiento inteligente. El grado de desarrollo espiritual se relaciona con la madurez. Todos estos puntos deben tener correspondencia entre las dos personas.
La pareja con afinidad intelectual tiene muchas cosas que compartir; lleva un ritmo de lectura similar, de estudio pareci¬do, de trabajo creativo coincidente, se supera en armonía, crece y se ayuda recíprocamente.
Los novios que son capaces de estudiar y hacer sus trabajos de verdad (no como una excusa para terminar revolcándose) son mucho más fuertes en su relación que los demás.
En ese momento escuché el sonido de un claxon que me hizo brincar. Un coche antiguo se había detenido detrás, a tres metros, con las luces encendidas. Pasados varios segundos, la madre de Joana salió de la casa para abrir el garaje. El auto viró enfilándo¬se a la cochera, rozando la salpicadera del mío. Un tipo gordo salió a cerrar el portón.
Volví a tomar la revista. “El primer pilar del amor tiene que ver con la comunicación y el segundo con la similitud de ideas”, me dije en voz alta para tratar de ignorar el nerviosismo que me causaban las circunstancias. “Sólo me falta leer un tema. Lo haré y después ya veremos.”
Tercer Pilar: Atracción Química
Si tienes con tu pareja intimidad emocional, puedes decir que es TU AMIGA; si además se complementan en ideas, puedes considerarla TU COMPAÑERA. Pero falta un último punto indispensable para anudar el lazo del amor: también debe poder llegar a ser TU AMANTE. Esto se consigue con la atracción química. Y no me refiero al gusto corporal, pues es frecuente considerar hermosa a una persona sin sentir ningún interés por ella. La apariencia es algo superficial y vano. Lo que enciende el magnetismo entre dos individuos no es un fenómeno físico sino químico. Sólo se da entre algunos. Tal vez no se trate de gente bonita, pero la química les permite ver más allá de lo visible y arder con la belleza que sólo ellos detectan. Cuando hay este tipo de hechizo, a las personas no les importa lo que los demás piensen respecto al físico de su pareja. Se sienten a gusto juntos porque se atraen realmente. Se besan y se tocan con gran espontaneidad, con verdadera pasión. Hay esa magia que los impulsa a estar cerca, el agrado mutuo producido por la voz, las acciones, el andar, la legitimidad, la forma especial y única de ser del otro. Finalmente no pueden evitar esa gran identifi¬cación sexual que se da, simplemente, sin que ellos lo planeen. Si descubres una afinidad química NATURAL con tu pareja, lucha por conservarla. No basta con que aparezca al principio. Hay que evitar que se pierda con el paso del tiempo. Muchos casados se descuidan, comienzan a convivir mal vestidos y malolientes, permitiendo que se apague entre ellos la llama de la pasión. Sonreí. Al menos estaba completamente seguro de que ese
punto existía entre Dhamar y yo. Quedaba un pequeño epílogo en
el artículo. Lo leí ávidamente.
En conclusión
El hombre está formado de EMOCIONES-INTELIGEN-CIA-CUERPO. Los tres pilares del amor. La pareja debe tener conexión adecuada en cada uno.
Antes de casarte haz un análisis minucioso de ellos. Si ya eres casado, revisa las grietas que puedan tener.
Al hallar algún problema detente y analízalo con tu pareja. Luchen juntos por solucionarlo; no lo minimicen porque tarde o temprano la plataforma en que están parados se caerá por ese lado.
Ahora, recuerda que la relación se hace ENTRE DOS. Nadie puede rendir consideraciones a una persona que no las devuel¬ve de la misma forma. Entre el hombre y la mujer se necesita la cooperación mutua. Una entrega que no es correspondida se convierte en suplicio. Los tres pilares no son para que los analices a solas sino en conjunto. Si tú crees que sientes pasión por alguien, si crees que te identificas emocional o intelectual mente y la otra persona no cree lo mismo de ti, no hay nada. Sc trata de una idealización, de una relación falsa. La intimidad emocional sólo existe a! COMPLETAR EL CÍRCULO de una comunicación profunda; el desarrollo intelectual es un ÍNTER CAMBIO de valores mentales de los dos. La atracción química verdadera sólo se da cuando se combinan las vibraciones de AMBOS. Si crees estar enamorado pero mal correspondido, despreocúpate y olvídalo. No se traía de amor. Sólo es un capricho, un invento tuyo que terminará destruyéndote si ie aferras a él…
Levanté la vista y me quedé mirando la casa de Joana por varios minutos. ¡Qué conceptos equivocados había albergado! Esto representaba una dimensión superior, un páramo fascinante que estaba saliendo a la luz de mis ojos después de un largo camino en mueblas. Ahora comprendía lo que quiso decirme Dhamar con eso de “Te recomiendo el artículo de LOS TRES PILARES DEL AMOR. Vale la pena no sólo leerlo sino estudiarlo. Es algo básico que deberían tomar en cuenta todas las parejas antes de comprome¬terse “.
Apagué la luz interior del coche y guardé la revista debajo de mi asiento como si fuese un tesoro. La había leído; posteriormente la estudiaría.
Una descarga eléctrica me hizo volver en mí al momento en que vi llegar el coche de Joaquín, con él al volante. En el asiento contiguo venía Joana. ¡De modo que ya no necesitaba que yo la protegiera de su perverso querido!
La pareja se abrazó para despedirse. Pensé que si ya habían satisfecho su libido por ese día la separación sería rápida. No me equivoqué. Joana bajó de la carcacha y corrió a su casa sin volver la vista. Joaquín se esfumó de inmediato.
Bajé de mi auto y caminé de prisa con la esperanza de que ella me abriera. No toqué el timbre, golpeé la puerta con una moneda. El perro ladró enloquecido.
-¿Quién es? —preguntó ella desde el interior.
-Efrén Alvear —contesté.
La puerta se abrió un poco y Joana salió cuidándose de no dejar escapar al animal.
-¿Cómo estás? —me tendió la mano y quiso darme un beso en la mejilla, pero me separé.
—Vengo a que me expliques lo que pasa. Tus padres hablaron con mi mamá y fuiste tú quien los llevó a mi domicilio. ¿De qué se trata? ¿Te debo algo?
—La mujer es mi madre. El hombre no es nada mío. Vive con ella. Es un tipo agresivo. Descubrió los resultados de unos análisis que me hice y me obligó a que le dijera quién me había contagiado sífilis… No pude negarme.
La sangre se me subió a la cabeza.
—Yo nunca te contagié sífilis. Tú la tenías mucho tiempo antes de que nos conociéramos; me di cuenta por el salpullido de tu piel; tal vez te enteraste al hacerte los análisis gracias a mi recomenda¬ción, pero no me culpes de ello.
—Es lo mismo. Tú también estabas infectado de algo. Además, has sido muy descortés. Cuando te pedí ayuda me la negaste y a cambio me advertiste que por haberte acostado conmigo habías adquirido derechos sobre mí, que, aunque yo no lo quisiera, me ibas a seguir deseando y persiguiendo. ¿O ya no lo recuerdas?
—Sí, pero…
—Por si fuera poco —me interrumpió—, tengo varios días de retraso y no sé si es por causa tuya…
Sentí un terrible mareo. ¡No otra vez, Dios mío! ¡No, por favor…!
—Eres una ramera asquerosa —murmuré.
—¿Qué dijiste? —se echó el cabello hacia atrás en un movimien¬to brusco y me miró de una forma terrible—. A mí nadie me insulta, ¿me oyes? Hablaré con el amigo de mi mamá para que te dé una lección —su actitud amenazante me asustó.
Crispé los puños aguantando la rabia superlativa. Di media vuelta, caminé a mi auto y arranqué de inmediato. Observé a Joana por el retrovisor despidiéndose de mí con una seña obscena.
Llegué a mi casa pasadas las diez de la noche. Desde la sala no se escuchaba sonido alguno, pero yo sabía que mi madre estaba en su habitación esperándome…
Subí directamente y toqué la puerta.
—Pasa —me dijo.
—¿Querías verme antes de dormir?
—Sí —dejó a un lado el libro que tenía en las manos, se quitó los anteojos de lectura y añadió con gravedad—: Siéntate.
Obedecí despacio, cargado de ansiedad y expectación. Mi madre jamás me invitaba a dialogar así. Era una mujer práctica, de pocas palabras y fue directa al grano:
—Vinieron a verme los padres de esa joven llamada Joana —hizo una pausa para estudiar mi expresión, pero yo estaba sereno—. Trataron de intimidarme. Dijeron que habías seducido a su hija y que le habías contagiado sífilis.
—¿Está embarazada?— me oí preguntar con serenidad.
—Aún lo ignoran, pero vinieron a advertirme que de estarlo tendrías que responder… o que te costaría muy caro…
¿Responder? ¿Se referían acaso a que debía casarme con esa zorra? ¿Podían atreverse los padres de hoy a criar prostitutas y a cambio exigir decencia?
—¿Sabes, Efrén? —dijo mamá después de un rato—. Estoy harta de la gente prepotente y pedante que le gusta amenazar…
Me quedé viendo la expresión triste de mi madre. ¿Quién la había amedrentado al grado de que estaba harta de ello? Yo solía criticarla cruelmente, pero en ese momento estaba cayendo en la cuenta de que en realidad no la conocía.
Volví a tomar asiento.
—¿Y ya te atendiste?
—Sí… No te preocupes. Hallé la tarjeta de un excelente doctor en tu libreta. El jefe de Dhamar. Nunca tuve sífilis, pero de cual¬quier modo él me revisó.
Noté que se turbaba al escuchar eso. El doctor Marín era un terapeuta a quien mi madre posiblemente consultó alguna vez por algún problema sexual.
—¿Y con Dhamar también tienes relaciones?
—Todavía no…
—Pero piensas tenerlas, ¿verdad?
—Mamá, son épocas distintas a las que tú viviste. Ahora hay menos prejuicios. Además, quiero que sepas que no voy a volver a tener sexo por simple placer. Eso lo aprendí del doctor Marín y de muchas experiencias desastrosas. De ahora en adelante sólo me entregaré físicamente a una mujer si existe amor de por medio. Y eso cambia las cosas, ¿no es cierto? Date cuenta de que ya no soy un niño.
Mi madre movió la cabeza negativamente en señal de desa¬cuerdo.
—Ten cuidado, Efrén. Tu deseo es normal y acostarte con una mujer también lo es. Pero no hablo del qué sino del cómo y del cuándo… Satisfacer una necesidad legítima por una vía equivoca¬da o en un momento inoportuno puede traer malas consecuencias para ambos.
—¿Malas consecuencias? —me reí de ella—. ¿Como cuáles? Estoy enterado de todo lo que puede pasarme y, habiendo amor, estoy dispuesto a correr los riesgos.
—¿Ah, sí? —me desafió—. ¿Y qué consideras lo peor que po¬dría pasarte?
—Que por medio de amenazas y chantajes me obligaran a unir mi vida a la de una mujer a quien no amo. Joana, por ejemplo.
Sonrió irónicamente.
—Hay algo mucho peor, Efrén. Algo que ni siquiera te ha pa¬sado por la cabeza —hizo una pausa mirándome con fijeza antes de concluir—: Unirte voluntariamente a una persona a quien, gracias a las maravillosas experiencias físicas que has pasado a su lado, crees amar… —hizo una nueva pausa para tomar fuer¬zas, y culminó—: En la juventud el sexo es algo tan novedoso y fascinante que enajena a las parejas haciéndolas perder la razón. No hay nada más terrible que jurarle amor eterno a alguien mientras se arde en las -enloquecedoras sensaciones de un cuerpo excitado. Es mentira. La mente está desorientada, confundida. El amor no tiene nada que ver con ese apasionamiento efervescente que acompaña al sexo…
—¿Y tú qué sabes de eso…? —le reclamé—. ¿Acaso te acostaste con mi padre antes de casarte con él?
El rostro de mamá enrojeció por lo impertinente de la pregunta, pero no me disculpé. En el fondo de mi ser albergaba, desde hacía varios años, una cuenta pendiente de cobro para ella.
—Tú nunca me has hablado de sexo -continué- . ¿Por qué lo haces ahora’.’ Siempre estuviste ocupada en tu trabajo y yo crecí solo… Desde los catorce años me acuesto con mujeres y apenas te enteras. He vivido más de lo que te imaginas y no vas a empezar a educarme ahora -sentí que se me cortaba la voz pero seguí hablando—: la vida me ha golpeado duro. He madurado, pero con mucho dolor. No tienes idea de cómo me hizo falta un buen con¬sejo o un buen regaño a tiempo…
Bajé la cabeza tratando de disolver el nudo de mi garganta. Mamá estaba estática, con los ojos muy abiertos, sin saber qué decir.
—No has madurado como crees —contestó al fin—, y no has su¬frido ni una décima parte de lo que puedes sufrir… de lo que yo sufrí. Ignoro si el sexo fuera del matrimonio es correcto. Sólo sé que eso echó a perder mi vida… y gran parte de la tuya.
Levanté la cara. Congoja y furia fueron reemplazadas por una señal de alerta casi de inmediato. ¿Qué había dicho? ¿Es que acaso mi madre iba a levantar el velo de su oscuro y enigmático pasado? Era el momento de hablar cara a cara, de decirnos sin reservas cuanto habíamos mantenido callado durante años. Permanecí ansioso, pero ignorando aún que esa noche sería la más inolvida¬ble de mi vida.

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